miércoles, noviembre 14, 2007

Mis primeras veces

Un hombre podría hablar de “mi primera vez”?... mi primera vez de que? Porque una cosa que es verdaderamente significativa, por lo menos para mi, fue mi primera “venida” (orgasmo para los lectores internacionales).
Esa primera venida fue cuando yo aproveche una situación familiar para encerrarme en el baño y hacer lo que me habían contado mis compañeros de colegio que se podía hacer con la verga… pajearme!
Tendría no se, casi 13 años y lo hice… y la sensación fue tan tan tan fuerte que no tuve sino cabeza para pensar en lo que había sido ese orgasmo durante toda la tarde y quizas unos 2 o 3 días mas porque era un placer que no pensé nunca que uno podía tener y hasta yo creo que me daba como miedo repetir la experiencia porque no sabia si lo que había vivido era real o no.
Obviamente muy pronto repetí y a partir de ahí me volví lo que todos los hombres somos durante la adolescencia…. Un pajizo!
Yo le estuve dando duro al a paja durante un buen tiempo. A veces me hacia la paja unas 3 o 4 veces al día y hasta poco me llego a importar que mis papas se dieran cuenta o algo así, porque no me importaba encerrarme en el baño a darle y darle hasta que me viniera… o por las noches en mi cuarto a pesar que tenia que salir al baño a limpiarme o a botar el papel que había preparado para “mis aguas poco cristalinas”. (será que me estoy volviendo vulgar?)
Bueno, en fin. Yo tenia un primo por el lado de mi mama, con el que prácticamente descubrimos al tiempo las vainas del sexo. Ese primo me llevaba 1 año de edad y el tenia mucha mas libertad que yo, pero también era mucho mas tímido que yo y por lo tanto no hacia mucha fuerza como en que el mundo se enterara de nuestro apetito sexual.
Pero a mi si me interesaba… y con su libertad como punto de apoyo, me dedique a calentarle la cabeza para que un día nos robáramos el carro de su familia y nos fuéramos a buscar un par de viejas que estuvieran dispuestas a desvirgarnos, porque los dos en alguna parte oímos que había un barrio en la periferia de mi ciudad habitado por numerosas amazonas que estaban dispuestas a todo, mas aún cuando se trataba de pequeños jovenzuelos como nosotros.
Obviamente esa historia no era real, porque cuando llegamos al dichos barrio ese, las mujeres que nos encontramos antes que pararnos bolas, nos miraron entre extrañadas y asustadas por que era bastante obvio que dos muchachitos se habían “robado” el carro de la casa de alguno de ellos porque nadie en su sano juicio simplemente nos prestaría prestado su carro para andar por esas calles a esas horas (digamos un viernes a las 9 pm).
Pues pailas… ese día no hubo nada que comer.
Pero gracias a la pesadez del sueño de la mama de mi primo y de sus abuelos, las salidas fueron cada vez mas frecuentes y por lo tanto fuimos conociendo cada vez mas los vericuetos de la ciudad, hasta que un día uno de nuestros amigos mayores (Peña) nos hizo saber que había una costumbre entre algunas de las vendedoras de chance de mi ciudad que consistía en ahogar sus penas y soledades en el alcohol, justo en el momento inmediato que le seguía a la entrega de los talonarios y el reporte en general de lo vendido y apostado… y que en medio de esa bebeta que se armaban, ellas solían liberarse un poquito y se enredaban prácticamente con el primero que se les pusiera en frente.
Decidimos entonces ya no andar por los barrios periféricos, sino mas bien empezar a investigar sobre la ubicación de las agencias de chance de la ciudad y hacer todo un trabajo estratégico para ver si era cierto lo que nos decía Peña y nos parqueábamos cerca de las agencias para comprobar que efectivamente, en medio de la cola que hacían vendedores y vendedoras, empezaba a circular una botella de aguardiente y a la par aumentaban las risotadas y comentarios entre la gente del chance.
En pocas semanas ya no solo teníamos identificada la acción, sino también teníamos identificadas a las posibles candidatas a nuestros prepucios, de hecho Peña hasta nos había ayudado a conseguir datos sobre las “Mireyas” y ya era solo cuestión de cuadrar nuestros nervios, vencer la timidez y conseguir el sitio donde las llevaríamos, porque ya dábamos por hecho que las viejas estas se morían de las ganas de estar con estos bellos efebos que éramos los dos.
Lo del sitio fue fácil, porque el abuelo de mi primo era oftalmólogo y tenia su consultorio en una zona ligeramente retirada de la residencia de mi primo. Con una copia de las llaves del consultorio en las manos de mi primo garantizábamos el estadero. Y de hecho ya la copia estaba disponible.
Lo de la timidez si fue algo mucho mas difícil… y mas aún fue cuando nos decidimos a hablarles a las posibles candidatas, para lo cual hicimos como 3 o 4 intentos de hablarles y decidíamos seguir caminando como si nada, seguramente coloradísimos de la pena y sin el menor arrojo por lo menos para decirles… quiubo!
Pero precisamente fue Peña quien nos ayudo con el asunto. Peña las conocía a todas.. sus 17 años le daban una “solvencia” en cuanto al tema de la timidez y solo fue que un día nos lo encontráramos cuando sacábamos el carro del garaje, para que el se diera cuenta de nuestras inquietudes y decidiera colaborarnos a cambio de no se, unos 20 o 50 pesos que el necesitaba para alguna cosa.
Peña nos sirvió hasta de mesero de Drive-in, porque el se bajo del carro, fue a donde estaban las chanceras y en minutos nos llevaba 3 viejas (porque el se anotó en el paseo) que se montaron en la camioneta Renault 12 de color café rumbo a “donde el doctor Tobar”.
En medio de las vueltas que dábamos en el carro, quizás buscando ir venciendo la timidez y tratándonos de quitar el susto, decidimos aprovechar que en esos tiempos no habían las restricciones en cuanto al alcohol que hay ahora y entonces no solamente nos vendieron aguardiente sino que también nos lo tomamos y por eso fue que al final llegamos al consultorio dispuestos a lo que fuera!... bueno, no precisamente… mas bien… a lo que resultara.
Sin mucha labia ni mucho coqueteo, en pocos minutos, no se… unos 8 o 10, ya Peña estaba manoseando a su escogida mientras nosotros mirábamos algo extrañados y nuestras Mireyas se reían de nuestra timidez y aprovechaban para medirse todas las monturas disponibles que tenia el doctor Tobar en su consultorio.
Pero como las cosas que tienen que pasar… pasan, (y niansesabe como), de un momento para otro, todos estábamos organizados baboseándonos (porque no eran besos… eran baboseadas) y agarrándonos cualquier protuberancia de nuestros cuerpos hasta que llego el momento de distribuirnos… a Peña le toco en la camilla porque el era mayor que nosotros, hablaba mas duro y ya tenia el trabajo adelantado. Quedaban las sillas de la sala de espera y el escritorio de la enfermera-secretaria… o el patio-garaje-cafetería. Mi primo se decidió por la sala de espera y a mi me toco el patio-garaje-cafetería, donde empezamos la faena en el lavadero y terminamos encima del capo del carro (que conste! No hubo nada adentro del carro, es decir que técnicamente… el carro no se saló). Una cosa particular fue que prácticamente todos terminamos al mismo tiempo y a pesar de todos querer saber como estaban pasando las cosas en el otro “cuarto”, nadie pudo ver nada y nos quedamos con las ganas de espiarnos.
Después de eso las cosas fueron muchísimo mas fáciles, porque al parecer la historia se regó entre las chanceras y pudimos ser devorados por 3 o 4 féminas del mismo gremio que se aventuraban a acompañarnos al consultorio del doctor Tobar y no precisamente a consulta oftalmológica.
Estas andanzas las mantuvimos como por 6 meses, digamos haciéndolo 1 vez por mes, combinando las Mireyas con las Manuelas, hasta que un suceso bastante fuerte cambio la vida de mi ciudad y el doctor Tobar decidió retirarse y arrendar el local del consultorio, lo que nos obligo a utilizar el Renault 12 con mas frecuencia… pero como motel.

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