con cariño para los taurofilos

Recuerdos de un torero arrepentido

En 1984 un toro corneó a Álvaro Múnera en España. Su mejor amigo murió meses más tarde en un ruedo y su apoderado se suicidó. Al regresar a Medellín se convirtió en un defensor de los derechos de los animales y en el demonio para los taurinos. Foto: Javier Agudelo

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Pablo Correa
EL ESPECTADOR

Coincidencias: La plaza donde "Terciopelo", un toro áspero y cabeceador, corneó a Álvaro Múnera lleva por nombre su apellido. Es la Plaza de Múnera, en Albacete, España. Fue una tarde de toros, soleada, el 22 de septiembre de 1984.

El Pilarico, como bautizaron a Álvaro en Medellín, llegó temprano a la plaza y para matar el tiempo se acercó a los corrales en compañía de Miguel Cubero, el otro del cartel que esa tarde completaba el rejoneador Manuel Vidrié.

Por superstición, los toreros no ven los toros antes de la corrida. Ese día, sin embargo, contrariaron el viejo precepto los dos toreros. Uno de los animales, con una mancha en forma de lucero en la frente, los miró atentamente y con resabio todo el tiempo que estuvieron allí. Al menos eso recuerda El Pilarico. "Miguel Cubero me dijo que no le gustaba ese toro. Yo le dije que a mí tampoco. Ojalá te toque a ti, me dijo. Ojalá que no, pensé". El toro del lucero en la frente finalmente fue para el colombiano, quien le pidió al torilero que lo echara de último.

El torilero se equivocó. Cosas del destino. Y "Terciopelo", de unos 460 kilos, salió primero al ruedo. "Era un toro que se revolvía mucho, que buscaba las zapatillas. A Miguel le pegó una voltereta sin hacerle daño. Tampoco se dejó picar por el rejoneador, así que quedó entero, muy fuerte. Ten cuidado con el pitón derecho, me advirtió Miguel. Dejá, no le metás miedo al chaval, dijo Tomás Redondo, mi apoderado", recuerda Álvaro.

Para dominar al toro, El Pilarico empezó a doblarlo, a llevarlo a los medios de la plaza. Intentó un derechazo pero se le quedó cortico. "Terciopelo" cabeceaba mucho. Le metió la muleta en el hocico y se lo llevó hacia la puerta. Tomó entonces la muleta con la izquierda, pero también se quedó corto. Luego intentó con cuatro derechazos que le trajeron alguna seguridad. Cuando planeaba el quinto, el toro se paró indeciso. Dice El Pilarico que el toro al fin se decidió por él, le acercó el pitón derecho y lo corneó en la pierna izquierda, lanzándolo al aire para volver a cogerlo mientras caía.

El golpe contra la arena le fracturó la quinta vértebra cervical. No sintió nada, tampoco recuerda que "Terciopelo" lo arrastró por toda la arena. Eso se lo contaron luego. Sólo escuchó minutos después en la enfermería cuando el médico pronosticaba a su apoderado que el chaval tal vez no llegaría vivo al hospital. Trauma craneoencefálico y lesión medular completa fue el diagnóstico. De Albacete lo trasladaron a un hospital en Toledo y cuatro meses más tarde a otro en Miami para la rehabilitación.

Se cumplía apenas un año de su accidente, cuando el domingo 30 de septiembre su mejor amigo, El Yiyo, cuyo apoderado también era Tomás Redondo, fue cogido mortalmente en la Plaza de Toros de Colmenar (Madrid).

Coincidencias: El Yiyo había dado muerte a un célebre toro homicida, "Avispado", que mató al famoso Paquirri en Pozoblanco. Paquirri murió cuatro días después de aquella tarde en que "Terciopelo" dejó parapléjico a El Pilarico. Hoy, recuerda el diestro colombiano, que unas semanas atrás, en la Sastrería de Fermín, adonde había ido para que le arreglaran la taleguilla que un toro le dañó, se encontró con Paquirri quien se medía un traje para torear en Pozoblanco exactamente igual al que él tenía. Por otra parte, también El Yiyo vestía un traje igual, color azul petróleo y oro, la tarde del 30 de septiembre.

La tragedia de El Pilarico más la muerte de El Yiyo fueron un peso insoportable para el ánimo de Tomás Redondo, el apoderado de los dos jóvenes toreros. En 1987 se ahorcó. Años después, su esposa le contó a Álvaro que los dos accidentes fueron una lápida para él, que vivía muy deprimido.

Conversión

"Si vos te ponés a pensar, los toros nos hicieron a nosotros, a El Yiyo y a mí, lo que nosotros les hacíamos a ellos –dice Álvaro, y aclara: "Al Yiyo le partieron el corazón y a mí me descabellaron".

En Estados Unidos el torero herido no sólo se rehabilitó, sino que también renunció a la tauromaquia. "Me sentía como un delincuente. Cuando la gente me preguntaba por la lesión y le contaba que había sido toreando, me miraban mal", recuerda Álvaro.

Durante una comida en la casa de una amiga que conoció en el hospital, una de las tías se quedó mirándolo y le dijo: "Muy bueno lo que le pasó, no sabe lo que me alegro, ojalá nunca se levante de ahí, porque usted es un bárbaro". Álvaro prefirió no responder. Más tarde, en silencio, buscaba los argumentos para justificarse. "¿Cómo rebate uno esas críticas? No encontré un solo argumento para defender que la gente se divierta así".

Regreso a Medellín

En 1990 regresó a Medellín, al barrio de siempre: La Pilarica. De su casa desaparecieron los capotes, el traje de luces, las botas de licor. Sólo queda un arrume de fotos y recortes de periódicos de su breve paseo por los ruedos. En 1996 se casó con una hermosa antioqueña, Viviana Giraldo, y adoptaron una niña. Entre 1998 y 2003 fue concejal de Medellín. Respaldado por los minusválidos, sacó adelante proyectos que convirtieron a la ciudad en una de las más amables para los discapacitados.

Dicen que el arrepentimiento no es tanto el pesar por el mal que se hace, como el temor al mal que puede sobrevenir como consecuencia. En el caso de este torero, el arrepentimiento es por las dos razones. "Mi filosofía de vida es que somos espíritus en tránsito, estamos aquí porque tenemos que aprender y evolucionar. Hay quienes se desvían y cogen caminos que no son. Hay quienes optan por el camino correcto y esa evolución resulta menos tortuosa. Como yo escogí el camino equivocado, había que buscar una manera para que yo saliera de eso. Hay quienes aprenden por la razón y hay quienes aprendemos por el dolor".

Considerado el demonio por toreros y taurinos, Álvaro Múnera tiene ahora un proyecto entre ceja y ceja. Sacar adelante una fundación defensora de los derechos de los animales (Fauna). Un recuerdo, sin embargo, lo atormenta y regresa ocasionalmente en los sueños. Comenzaba la década de los ochenta. Festival taurino en Fredonia, Antioquia. Cuatro vaquillas a muerte. Cuando mató la última y salía por el patio de caballos, pasó por el lado del destazadero. La imagen de un feto que sacaban de la última vaquilla le produjo un shock. Vomitó un largo rato. Luego en el hotel, una palmadita en la espalda, son gajes de oficio, tranquilo, vas a ser una figura del toreo. "No basta con que uno se arrepienta sino que repare todo el daño que hizo. Los crímenes que tengo encima son espantosos, comenta el que le decían El Pilarico.